La Enfermedad Renal Crónica (ERC) representa, al igual que otras enfermedades crónicas, un importante problema de salud pública, tanto por su elevada incidencia y prevalencia, como por su importante morbimortalidad y coste socioeconómico (1). En el año 2005 alrededor de 40.000 personas en España estaban en tratamiento renal sustitutivo, sin embargo, la ERC es mucho más prevalente en estadios más precoces, en los que sigue presentando un mal pronóstico, tanto por el riesgo aumentado de fallecimiento precoz de causa cardiovascular, como por el riesgo de progresión a la necesidad de tratamiento renal sustitutivo. En España el coste anual asociado al tratamiento de las fases más avanzadas de ERC se estima en más de 800 millones de euros (2).
Diversos estudios de población han demostrado una elevada prevalencia de ERC en la población general en sus diferentes estadios y se estima en torno a un 10% de la población adulta. Esta prevalencia aumenta con la edad, siendo, en el estudio español EPIRCE, del 1,6% en los mayores de 64 años. Por otro lado la Enfermedad Renal Crónica Avanzada (ERCA) es muy prevalente en otras enfermedades crónicas (enfermedad cardiovascular, hipertensión arterial, diabetes mellitus, obesidad y enfermedades oncológicas), y multiplica el riesgo inherente a estas patologÃas (3-7).
La ERC es fácil de detectar en la práctica clÃnica mediante unos sencillos análisis (Filtrado Glomerular estimado mediante ecuaciones a partir de la creatinina sérica, albuminuria y sedimento de orina (8). En los últimos años se han puesto en marcha programas de vigilancia y detección de ERC, y se han redactado guÃas de práctica clÃnica en las que se recomienda hacer estudios a las personas mayores de 60 años o con hipertensión arterial, diabetes, o enfermedad cardiovascular.